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Lo que sigue es el epílogo (escrito en el mes de julio de 2015) al libro La filosofía de El capital. Se escribió en razón de una posible nueva publicación del libro, a la que luego se renunció. Es como va a continuación.¶¶ El libro La filosofía de El capital (en adelante FC) se escribió en 1980-81 y se publicó en 1983. La distancia que, por el lado del autor, hay entre aquello y lo de ahora no es sólo, ni principalmente, evolución de pensamiento sobre unos temas determinados que serían los tratados en el libro; es, más bien y por el contrario, la evidente pertenencia (quizá sólo como balbuceo inicial apenas perceptible entonces) de aquello a una obra investigadora de alcance mucho más amplio y radical. Así, no se tratará ahora de rectificación o no de tesis (lo que pueda haber de esto se hace por sí solo y no vale la pena dedicarle discurso), sino de contribuir a que aquello que sigue valiendo aparezca con el perfil adecuado. Para ello sin duda será útil recordar también aquí una consideración que entretanto hemos aplicado a otros textos, a saber: tanto la “intención” del autor como la impresión que el lector recibe son ambas igualmente “subjetivas” en el sentido de que no son vinculantes; más allá de ambas está lo que en la propia secuencia argumentativa del texto hay de vinculante.¶ Para empezar: el que haya de haber una teoría del valor, el que el problema del valor sea en efecto un problema, reposa sobre un teorema que en FC es operativo e incluso en cierta manera se formula, pero no se explicita en cuanto a su condición de teorema, esto es: ni se dice de qué sistema axiomático el teorema es teorema, ni se lo deriva como tal, ni se indica a qué viene el sistema axiomático mismo. Se hace o se esboza todo esto, en cambio, en mi libro Polvo y certeza (capítulo 8 por lo que se refiere al sistema axiomático, capítulo 9 en lo que toca al teorema; el libro será en adelante PC). Recuérdese que, allí, el sistema axiomático delimita el fenómeno “sociedad civil” y la fenomenología de ese fenómeno es “la economía política”, donde tanto “fenómeno” y “fenomenología” como “sistema axiomático” se toman invocando términos de la filosofía del siglo XX (para lo primero Husserl y Heidegger, para lo segundo el formalismo metamatemático). El teorema se llama entonces “primer teorema” del sistema, y ahora debemos llamarlo “teorema previo a (o “teorema inicial de”) la teoría del valor” (pues es la tesis por la cual la teoría del valor es puesta en marcha) o también “primer teorema de la economía política”. Es fundamental allí la intervención del concepto (kantiano en principio) “construir” en relación con la distinción, en el sistema axiomático, entre axiomas y reglas de inferencia; es decir: los axiomas (A1-A5 en PC) expresarían el “mero” concepto de mercancía y de sociedad civil, mientras que la inferencia en el sistema se correspondería con la kantiana “construcción” (necesaria) del mismo.¶ El teorema “previo” o “inicial” o “primero” envuelve el reconocimiento de una magnitud “común”, la cual no puede ser ninguna magnitud física o material o “real” (PC, 9.2, y véase en el mismo libro lo que ese reconocimiento aporta, junto con otras cosas, a la obtención de un concepto fuerte de “estructura”). Ello significa que cualquier exégesis (metasistémica en relación con el sistema axiomático propuesto) referente al carácter de la magnitud “común”, si bien habrá de partir de algo físico o material o real (en otras palabras: “inmediato”, perteneciente al tipo de realidad dado sin más por válido de entrada), habrá de hacerlo precisamente de manera negativa o abs-tractiva. Qué sea (cuál sea) lo físico-material-real de lo que se parte, es cuestión altamente relevante para el conjunto de la interpretación, si bien esa relevancia sólo afecta a la consistencia del discurso a partir del momento en el que la presentación en el modo de sistema axiomático ha llegado a que ha de haber un D-M-D; entonces sí, porque D es aquello de lo que no hay otra determinación que la cuantitativa, mientras que M comporta también determinación cualitativa, de manera que, por una parte, D- y -D han de ser cantidades distintas (pues, si no, no serían dos) y, por otra parte, donde ha de producirse el quiebro o desdoblamiento es en M, no en D, todo lo cual sólo puede entenderse desde una determinada exégesis de la magnitud “común”, exégesis que, por supuesto, ha de cumplir y de hecho cumple la citada condición de negatividad o abs-tractividad, es decir: ha de ser interpretada de manera que cumpla estrictamente esa condición. Por cierto, la extrema peculiaridad del tipo de mercancía que resulta ser la M inicial del desdoblamiento de M no se desprende de consideraciones antropológico-humanitarias, sino de la nota puramente estructural de que cierta clase cualitativa de mercancía no sólo haya de poder estar en el juego como los axiomas exigen para cualquiera de las clases cualitativas de mercancías, sino que necesariamente haya de estar para que el fenómeno mercancía pueda en general tener lugar. Y que, en efecto, necesariamente ha de estar, o sea, que no es pensable (en el sentido de “construible”) un sistema de valor sin capital y/o sin compra-venta de la fuerza-de-trabajo, pertenece al carácter internamente vinculante de la secuencia argumentativa, carácter que en PC se subraya mediante el empleo del concepto de sistema axiomático, etcétera; no empleé estos mismos recursos terminológicos en mi libro El concepto de lo civil (en adelante CC), pero también allí había -creo- especial insistencia (“cadena de implicaciones”, etcétera) en asegurar el vínculo que ahora reafirmamos, vinculo establecido en FC y ya allí entendido (lo he comprobado) por los lectores cualificados. Una cierta confusión al respecto (favorecida, desde luego, por cuales sean los decaedros regulares predilectos de cada uno) puede proceder de la necesidad pragmática que el discurso historiográfico puede tener (porque de alguna manera hay que hablar) de emplear palabras como “mercancía” y “dinero” con referencia a situaciones en las que no es eso lo que en sentido estricto hay; de esto diré más abajo algo.¶ Vuelvo ahora sobre lo dicho de la implicación de una magnitud “común” y las condiciones que ha de cumplir la exégesis del carácter de esa magnitud. A la vista de todo lo dicho, no deja de resultar notable el que precisamente cada rasgo de la teoría en el que se exprese la no-inmediatez, negatividad y abs-tractividad citada (digamos: la no reductibilidad a magnitudes físicas) sea esgrimido en un momento u otro, por unos u otros, como objeción contra la teoría, como si el desiderátum fuese que la teoría no existiese porque todo fuese física. Así, por ejemplo, es claro (y es central ya en FC) que las explicaciones acerca del carácter “abstracto” del “trabajo abstracto” tomadas de las diferencias de nivel tecnológico (las cuales, en rigor, presuponen que la comparación es dentro de un mismo sector productivo) no son el concepto mismo de “trabajo abstracto”, puesto que siguen produciendo una reducción física, y era ya pieza clave en FC (como en Das Kapital) tanto el que la reducción a “abstracto” no pueda definirse dentro de un sector como el que esto sea lo mismo que el que entre sectores distintos no quepa establecer un índice riguroso de las diferencias de nivel tecnológico; simplemente estamos constatando con ello que el nivel tecnológico sigue siendo una magnitud física, mientras que lo que buscamos no lo es; el llevar la “abstracción” al conjunto del sistema productivo y el abandonar los indicadores físicos son una y la misma operación. Queremos entonces hacer ver que ese tránsito (inherente al concepto) modifica en efecto las proporciones, y, para ello, puesto que por definición ya no podemos valernos de indicadores físicos, echamos mano de K (“composición orgánica del capital”), y entonces van y nos objetan que K no es en rigor un indicador del nivel tecnológico (¡es decir: nos objetan que hemos producido precisamente aquel distanciamiento que venía exigido por la cosa y por la marcha de la teoría!). No hace falta extenderse aquí más en esto, puesto que discusiones como las de IV.5 de FC, tal como allí están, gozan, para los años que tienen, de una sorprendente buena salud. Por cierto, y en la misma línea: el que K, que es un cociente de cantidades-valor, entre en la construcción de la teoría del valor no envuelve círculo vicioso alguno, ya que el poder hablar de cantidades-valor, el admitir que cada cosa tiene una cantidad-valor, no presupone la teoría del valor misma, sino sólo el que hemos llamado “teorema previo” o “inicial” o “primero”.¶ Lo que unas líneas más arriba hemos recordado acerca de cierta nota estructural implica que no es consistentemente pensable (o, si se prefiere, no es “construible”) un sistema de producción de mercancías (un sistema de valor) en el que no fuese sistémica la compra-venta de la fuerza-de-trabajo (insistamos: no sólo porque como una más de las posibles mercancías haya de poder darse -pues entonces sería contingente el que de hecho la hubiese o no-, sino que cierto problema de construibilidad del sistema sólo se resuelve porque en efecto hay esa compra-venta). En cuanto a lo que he dicho de que esta conexión puede quedar en el discurso culto ordinario disimulada por el hecho de que el uso historiográfico de “mercancía” y términos conexos no siempre responde al concepto estricto, remito a multitud de trabajos sobre interpretandos (fenómenos “históricos”, etcétera) con los cuales (según se demuestra en esos trabajos) ocurre lo que acabo de decir; son tantos que me resulta difícil seleccionar, y en todo caso no son difíciles de encontrar por cualquiera en mi producción de los últimos veinte años.¶ Con esto ha quedado también en primer plano lo que algunos quizá llamen la “limitación” “histórica”, ya que no sólo subrayamos la conexión de “sociedad civil” con “modernidad”, sino que, además, de la lectura de FC se desprende que no aceptamos que Das Kapital sea la aplicación, a un espacio “histórico” determinado, de alguna manera general de entender “la historia”. Ahora bien, el mismo conjunto de trabajos propios a que acabo de hacer referencia muestra cómo esa limitación (ahora ya sin comillas) es, precisamente a la hora de habérselas con cosas no “modernas”, infinitamente más fecunda que lo sería cualquier asunción de alguna “concepción general”.¶ Volviendo a lo del sistema axiomático y sus teoremas. Es probable que alguien pregunte qué es lo que nos hace pensar que ese constructo expresa efectivamente la marcha de las cosas en cierto ámbito “histórico”, o incluso que nos señale insistentemente cómo ello “no funciona” o “no se cumple”. Claro que en cierto sentido nada, excepto las leyes de la física, “se cumple”; lo importante es distinguir aquellas cosas cuyo no-cumplimiento es relevante. Por ejemplo: tampoco “se cumple” la gramática, y, sin embargo, el que podamos hablar (nada menos que hablar en general) se debe a que ese incumplimiento constituye su peculiar manera de cumplirse; digamos que se cumple a través de la secuencia de sus incumplimientos. Más aún: pregúntese en qué tipo (o acepción o sentido) de “realidad” se cumpliría-o-incumpliría lo pro-ducido por el sistema axiomático. Lo “económico” de “la economía política” y “la estructura económica” ni es ni coincide materialmente (ni siquiera de manera remota) con lo que nuestra charla cotidiana entiende por las “cuestiones económicas” y los “datos económicos”. Por otra parte, está en FC y se ha expuesto de nuevo en trabajos posteriores como peculiaridad marxiana el que, inseparablemente de la construcción, aparezca también el cómo ello ha de aparecer para ello mismo; la referencia es a la vez metasistémica en relación con el sistema axiomático y esencial a la teoría misma; ha quedado claro cómo el nuevo nivel así alcanzado no puede en manera alguna ser despachado como falacia; por esta vía, la teoría marxiana ha resultado ser (como las de Hobbes, Spinoza, Kant, etcétera) otra de las grandes exégesis modernas de eso que algunas veces hemos llamado “la forma ciencia” y “la forma derecho”. Para esta última, en la línea iniciada en FC, hay ahora importantes precisiones en CC (capítulos 6 a 13) y en PC. Para ambos conceptos de “forma”, está ya en FC, pero se precisa en los dos libros que acabamos de citar, la posición como patrón-de-medida o criterio, la cual implica que ni siquiera la atribución de una y otra “forma” al “ser mismo de la cosas” pueda reputarse como falacia conservadora, pues tal atribución expresa el que la propia figura de la que se trata corre el riesgo de ser juzgada según esos criterios. Todo ello tiene la importante consecuencia (CC, capítulos 15 y 16, PC, capítulo 8 y subcapítulo 9.1) de que el proyecto no es teleológico (tampoco con carácter “regulativo” en sentido kantiano); esto, por cierto, no distingue a Marx de otros grandes pensadores; lo teleológico siempre es la recepción de consumo (“qué modelo propone usted”), no el pensamiento del pensador; ahora bien, en Marx incluso hemos interpretado ciertos giros como intentos de desactivar la teleología dentro del propio debate militante (CC, pp. 95-96, PC, pp. 81-82).¶ Lo que acabamos de decir acerca de la posición de criterio y patrón-de-medida desde la figura misma que con ello se arriesga a ser medida nos lleva a una observación referente a cómo hemos contemplado la posición de Marx en la historia del pensamiento. El planteamiento que a este respecto hay en FC, ciertamente, ha seguido valiendo (incluso ciertos aspectos de él se exponen mejor en CC), pero, desde CC precisamente, ya no es lo más que pueda decirse sobre la cuestión; ello es debido a que entretanto (de 1995 en adelante) el autor de estas líneas había tirado de algunos hilos que conciernen al centro mismo del sistema hegeliano (la negación, “Fenomenología del espíritu”, “Ciencia de la lógica”); en CC (con recordatorio en PC) se anota la aportación de esta nueva perspectiva a la comprensión de la problemática marxiana; resulta así que, si en cierto Marx más joven la relación con Hegel es consciente, pero bastante externa y convencional, en cambio, en el Marx posterior a 1857 hay, sin que nos conste que ello sea consciente, algo que, ahora sí, toca al centro mismo de Hegel, tanto por el lado de la dependencia como por el de la distancia.¶ Vayamos ahora nuevamente a dos de los puntos tocados (hasta ahora por separado el uno del otro) en el presente epílogo. Uno será lo aludido de la conexión entre sociedad civil y modernidad y de cómo el modo (ya esbozado en FC) en el que en otras obras propias hemos esbozado la articulación de esto con la referencia a fenómenos no modernos, además de ser más fiel a lo vinculante de la secuencia argumentativa marxiana, desplaza con enormes ventajas en cuanto a capacidad de exégesis a cualquier doctrina del tipo de una “concepción general” de “la historia”. El otro punto es el referente a qué hay que entender por “se cumple” o “no se cumple” y por uno u otro orden de cosas en el que “se cumpliría” o no, más allá incluso de que la teoría de la que estamos hablando constituya, como ya se ha dicho, una válida exégesis de lo que también por otras vías se ha designado como la forma ciencia y la forma derecho. Si el término “la sociedad civil” da nombre al fenómeno, en el sentido que ya hemos recordado, y si, consiguientemente, es a la fenomenología de ese fenómeno (todo ello en los sentidos que expresamente se han invocado) a lo que se llama “la economía política”, con todo ello se está haciendo lo contrario de dar por supuesta una esfera de “lo económico”, pues lo que se está produciendo es precisamente la definición de esa esfera, la emergencia (no por decisión del estudioso, sino porque ello ocurre) de ella como un orden de cosas susceptible de ser descrito con una axiomática propia. En este sentido, lo que aquí se ha dicho de “se cumple a través de la secuencia de sus incumplimientos” intenta recordar de un plumazo la marcha o el acontecer que llamamos “lo económico”. A que se cumpla en el modo que acaba de mencionarse pertenece el concepto “crisis económica”; no lo es cualquier cosa que se haya dado en llamar así; la palabra “crisis” significa discernimiento; además, al calificarla de “económica”, decimos que el cumplimiento del que se trata es el de la ley expuesta en los teoremas de la economía política, digamos la “ley del valor”. Otra cosa (y, por lo tanto, no “crisis económica”) es, por ejemplo, lo que a continuación esbozamos. El espacio civil tiene sus condiciones, las cuales, por algo que no es mera falacia (lo hemos recordado), se constituyen como “el ser mismo de las cosas”; de esas condiciones (a las que hemos hecho alusión bajo los títulos “la forma ciencia” y “la forma derecho”) se ha ocupado la especulación moderna representada por Hobbes, Spinoza, Kant, Marx, etcétera, la cual ha dejado muy claro que esas condiciones no se mantienen sin una cosa para la cual hemos reservado la denominación “el poder civil” (así en CC y PC y también en el capítulo 14 de mi Distancias); el esfuerzo por que haya eso es lo que he llamado “política” (CC, p. 79). Y aquí sí encontramos algo que se incumple en un sentido que ya no es el de la secuencia de los incumplimientos a través de la cual se cumple. Digamos previamente que el concepto del poder civil no tiene por qué ser otro que el que una buena hermenéutica descubre como lo vinculante en la tradición aludida en aquellos nombres; no hace ninguna falta que sea otro, puesto que esa misma hermenéutica descubre también (CC, pp. 51-52) que no es posible un discurso de la forma “por separado”, que siempre se discute con una apoyatura de contenido (“empírica”), aunque en el fondo la discusión sea sobre la forma, y descubre incluso que es la propia forma la que hace problemático (CC, pp. 63-66) cuáles sean las referencias empíricas correspondientes hoy a las clásicas. Qué o quién es hoy el poder civil y/o qué o quién puede serlo (es decir: qué o quién está capacitado para asumir la responsabilidad de la garantía) es cosa que no está clara.¶¶ Barcelona, julio 2015
He tropezado casualmente con la versión (¿o con una de las versiones?) que hay en Internet de "La filosofía de El capital" y he quedado sorprendido por la enorme cantidad (y calidad) de las erratas que contiene. Hago constar que las observaciones del bloque precedente se refieren a la versión que fue publicada en su día (1983), la cual tenía algunas erratas, pero muchas menos.