Para mis lectores

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¿Puede el concepto gramatical de oración (sentence, Satz), o, si se prefiere decirlo así, puede el concepto gramatical, esto es, el concepto de oración, liberarse por completo de la referencia al carácter sujeto-predicativo o “apofántico” de cierta conexión, o sea, a ese carácter en cuanto algo que ciertas conexiones tienen y otras no? Nótese, de entrada, que la cuestión no queda resuelta con indicar oraciones en las que es imposible señalar un trozo o elemento de texto que corresponda a alguna definición gramaticalmente rigurosa de “sujeto”, etcétera, pues aquí no se discute de fórmulas de troceamiento de textos, sino de si la referencia a cierto concepto es o no imprescindible a la hora de tomar algo como oración.¶ Introduzcamos ahora el que parece ser el otro concepto bajo el cual se suele considerar el fenómeno “oración”, a saber: el concepto lógico de la valencia o de los argumentos de cierto predicado, identificándose este último con el flexionable al que pertenece determinado tipo de flexión (el “verbo”). El uso lingüístico (es decir: no meramente lógico-semántico) de este concepto es posible, por de pronto, porque los argumentos han de ser para cada verbo de una determinada lengua precisamente los reclamados por ese verbo, esto es, porque cada verbo tiene su propia valencia. Si el carácter definitorio de la conexión apofántica se suprime por completo en favor de esta segunda fórmula, entonces el “sujeto” pasaría a ser simplemente uno de los argumentos, y entonces sería correcto renunciar al concepto “sujeto” y dar al argumento el nombre que le correspondiese según cual fuese el verbo: unas veces “agente”, otras “paciente”, etcétera; desde el punto de vista lógico cabría: o bien prescindir de la palabra “sujeto”, o bien llamar “sujeto” a la n-ada ordenada de los argumentos.¶ Por otra parte, una vez admitido que hay oración, el concepto “oración dependiente” o “subordinada” quizá no pueda a su vez lingüísticamente definirse sin constatar la confluencia de tres fenómenos. Uno (llamémosle F1) es que los papeles de ciertos argumentos (o quizá en principio de cualesquiera argumentos) puedan ser desempeñados por elementos peculiares, en definitiva por elementos que tienen a su vez la estructura de oración, pero (¡atención!) el que podamos decir que esto ocurre gramaticalmente (y no sólo en análisis lógico-semántico, de la substancia del significado) implica (y, por lo tanto, F1 no se da sin) que el tránsito del tipo básico de presencia lingüística de los argumentos a esa presencia en manera a su vez oracional sea presentable en estructuras específicamente lingüísticas (ese tránsito no es diacrónico, sino de aclaración de estructuras). El segundo de los tres fenómenos anunciados (F2) es que ciertas oraciones, con o sin carácter de argumentos del predicado de alguna otra, aparezcan con o en el marco de (introducidas por o conteniendo) elementos que las refieran a otra. El tercero (F3) es que la confluencia de los dos anteriores ha de tener a su vez presencia específicamente lingüística (no sólo semántico-substantiva), es decir: ha de haber rasgos que a ciertos respectos confundan ambos fenómenos, F1 y F2, en uno.¶ Empezamos por el primero de los tres fenómenos. La lengua de la que hablaremos será el griego antiguo (clásico y arcaico).¶ Hay, como es sabido, cierto tipo (o ciertos tipos) de construcciones con infinitivo que nadie relacionaría con la cuestión de la dependencia oracional si estuviesen solas, pero que no están solas. En ellas algo que extragramaticalmente quizá pueda considerarse como el “sujeto” del infinitivo es gramaticalmente un argumento del predicado-verbo regente, va en el caso que como tal le corresponde (nominativo, acusativo, genitivo o dativo) y además hay un infinitivo (todo ello en relación con la valencia del verbo, es decir, se trata de argumentos) [Empleamos en este bloque las palabras “valencia” y “argumento” con sentidos que inmediatamente se siguen del contexto y que nos evitan un aparato de definiciones previo. Avisaremos en el caso de que la cosa se complique. En todo caso, para una dificultad que algo tiene que ver con este uso, cf. más abajo]. El que esta construcción (que llamaremos C1) no esté sola consiste en la vecindad de un tipo (C2) en el que cierta entidad, a la que decidimos llamar “sujeto del infinitivo” dando por definición de tal lo que ahora mismo estamos diciendo, si no es correferencial con el sujeto del verbo regente, va por principio en acusativo. Esta dualidad (C1-C2) es manifiestamente próxima a, pero no coincidente con, otra de la que uno de los términos (Ca) es que con el infinitivo no se emplea ni la negación οὐ (sí μή) ni el juego de la partícula ἄν; substantivamente el significado es en este término el de algo cuyo tener o no tener lugar depende de lo expresado por el verbo regente, suele hablarse -a propósito del regente- de verbos “de voluntad” y similares, y apellidarse este infinitivo como “dinámico”; el otro término (Cb), llamado frecuentemente infinitivo “declarativo”, tiene como negación οὐ y emplea en su caso ἄν (a saber: para indicar potencialidad o carácter contrafáctico); la substancia semántica de Cb es que se trata de algo que ocurre o no ocurre con independencia de lo significado por el verbo regente. Pues bien, no hay coincidencia entre las dos dualidades descritas; todos los Cb son C2, pero algunos C2 son Ca; son casos cuyo carácter quizá quede bien descrito por el hecho de que se suela a la vez considerar la oración de infinitivo como sujeto del verbo regente y considerar éste como “impersonal” (suele tratarse de regentes que significan cosas como “es necesario”, “es conveniente”, “ocurre”, “es posible”, etcétera, incluyendo expresiones con verbo copulativo en las que es el predicado nominal el que da este sentido). El interés que para la presente cuestión tiene la no-coincidencia que acabamos de reconocer entre dos dualidades estriba en la figura, antes anunciada o postulada dentro de F1, del tránsito sincrónico de unas a otras construcciones; éste debe llevarnos hasta construcciones en las que lo dependiente tenga ello mismo la forma normal de oración, pero de momento aún no nos lleva hasta ahí, sino sólo hasta (punto extremo por ahora alcanzado en esa dirección) el infinitivo-con-sujeto-en-acusativo; el tránsito se ha hecho presente en que ciertos infinitivos que pertenecen a C2 mantienen a la vez rasgos que los demás C2 no tienen y que, en cambio, sí están en C1.¶ La parte que falta del tránsito requerido para F1 está presente en la (bajo condiciones por definir) sinonimia sintáctica (es decir: equivalencia de las construcciones como tales, otra cosa es que cualquiera de ellas se emplee de hecho con unos mismos verbos regentes, cosa que en parte ocurrirá y en parte no) entre construcciones de infinitivo-con-sujeto-en-acusativo (C2) y construcciones en las que la (de momento presunta) oración dependiente tiene la forma oración tal y como ésta se presentaría en una oración independiente, si bien (necesario para F2) con una partícula introductoria: ὅτι o ὡς.¶ Por otra parte, la evidencia del “tránsito” mencionado (concepto -repetimos e insistimos- sin implicación diacrónica alguna) no se limita a las construcciones de infinitivo, sino que abarca también otra categoría que resultará tener una considerable importancia teórica. Recordemos un punto de la morfología verbal griega que ya hemos discutido otras veces: reservábamos la palabra “tiempo” para designar una dimensión morfémica cuyo significado no es, sin embargo, el de lo que llamamos ubicación en el tiempo, evitábamos el empleo de la palabra “aspecto”, y el “pretérito” no aparecía en la citada dimensión “tiempo”, sino en la que por otras razones preferíamos llamar “modo”; también cabe, por supuesto, substituir estos nombres con pretensión aparentemente descriptiva por otros meramente “ad hoc” (incluso puramente algebraicos), pero el establecimiento de las dimensiones para el griego reposa en el fenomenológico rasero de Occam, más recientemente llamado “principio minimalista”. Pues bien, en griego, infinitivo y participio son formas que de las ahora mencionadas dimensiones morfémicas del verbo tienen sólo la que hemos llamado “tiempo”, con la particularidad de que los participios (no, en cambio, los infinitivos) tienen además dimensiones morfémicas nominales. Estas últimas capacitan a los participios para desempeñar diversas funciones en la oración y entrar en diversas concordancias. Pero en el presente momento de nuestro análisis, es decir, en relación con el “tránsito” (sincrónico) del que estábamos hablando, lo que nos interesa es que un participio puede ser argumento de determinados predicados-verbo y serlo precisamente por el hecho de que el propio predicado-verbo (la valencia de ese predicado) establezca una relación de predicado a sujeto por parte del argumento desempeñado en el caso por el participio con respecto a otro de los argumentos del mismo predicado-verbo, digamos: la valencia del predicado-verbo incluye entre los argumentos un “predicativo” referido (como predicado a sujeto) a otro de los argumentos (la misma valencia determina cuál, y puede incluso ser en efecto el sujeto)[Ciertamente el hablar de un “predicativo” y del elemento al que se refiere como de dos “argumentos” es cosa que sólo puede hacerse en gracia al carácter abstracto del significado que hemos dado a la palabra “argumento”. Cf. más abajo]; esto podría significar por sí solo que hay una oración por así decir “dentro de” (o “bajo”) otra, si no fuese por las razones de índole general que tantas veces hemos expuesto para no dar nunca por lingüísticamente suficiente el análisis de substancia lógico-semántica; pero el elemento que conceptualmente falta es el mismo que en relación con las construcciones de infinitivo nos obligó a invocar la sinonimia sintáctica (con las matizaciones que allí se establecieron para este concepto) con construcciones en que la forma oración comparece tal como lo hace en una oración independiente, etcétera, las mismas, por cierto, que procede invocar ahora. De los verbos regentes de construcciones con ὅτι o ὡς (es decir: verbos cuyas valencias comportan argumentos que pueden ser oraciones introducidas por esas partículas), un grupo, llamados “de percepción”, tiene como natural la construcción con participio, mientras que otro, llamados “de opinión”, introduce las de infinitivo “declarativo” (C2-Cb). Suele admitirse que un verbo del que depende una subordinada introducida por ὅτι o ὡς es empleado como “de opinión” cuando los tiempos y modos de la subordinada son los que se supone emplearía aquel cuyo discurso se reporta (o el optativo oblicuo), y que es empleado como “de percepción” cuando son los requeridos desde la posición del hablante; pero prácticamente cualquier verbo regente de construcciones del tipo dicho puede ser empleado como “de opinión”, mientras que no cualquiera puede serlo como “de percepción”.¶ El F2 requerido para que pudiese haber un concepto de dependencia oracional ha quedado ya de paso detectado en lo que se refiere a las oraciones-argumento con ὅτι o ὡς y es extendible a otros clichés, incluidos algunos en los que la oración dependiente no es argumento de la principal, es decir: no viene reclamada por la particular valencia del predicado-verbo de la misma. En cuanto a encontrar algún rasgo que, como decíamos antes, “confunda” bajo una misma rúbrica los diversos tipos de subordinadas, no parece que tengamos otra cosa que la presencia como posibilidad, para determinados contextos, pero consiguientemente detectable siempre por variación “imaginaria” del contexto, del “optativo oblicuo”; al respecto, el hecho de que en las subordinadas temporales y condicionales, cuando la oración principal va en pretérito, la opción por el optativo en la subordinada se describa como opción por un matiz semántico (“iterativo en pasado”) difícilmente puede ser un argumento en contra, pues no parece que ese matiz pueda ser ajeno a precisamente la marca de subordinación temporal o condicional respecto de una principal en pretérito, con lo cual estaríamos en efecto, también en esos casos, ante un “optativo oblicuo” (es decir: ante algo de la misma naturaleza que lo escolarmente así llamado).

Advertíamos, entre [] en el bloque precedente, del carácter abstracto de una noción que pudiese ser aplicada tanto a un “predicativo” como a aquello a lo que el mismo se refiere. Eso es parte del problema de fondo (¿qué relación hay ahí?) planteado ya de alguna manera desde el comienzo de aquel bloque. No se trata de ninguna relación que pudiese quedar incluida en constituyente alguno; en “Fulano murió contento” o “declararon a Fulano persona no grata” no hay constituyente alguno, a ningún nivel, que incluya la secuencia “Fulano contento” o “Fulano persona no grata”, ni hay en general tales secuencias; la conexión entre “Fulano” y “contento” o entre “Fulano” y “persona no grata” no se establece de ninguna otra manera que por la sentence misma que se analiza.
Volvemos ahora sobre la cuestión, mencionada en el bloque inicial, de las dimensiones morfémicas que hemos aceptado llamar convencionalmente “tiempo” y “modo”. Pretendemos ahora, además de lo ya dicho en otras partes sobre aplicación del rasero de Occam y del “principio minimalista”, esbozar algo que muestre también “intuitivamente” cómo una descripción de los modos que se atenga a lo que resulta de aquellas argumentaciones es posible. La descripción, por otra parte, insiste en el concepto, empleado en un bloque anterior, del “tránsito sincrónico” en las estructuras de subordinación, pues empieza por advertir de manera general que en ciertas cuestiones, en particular en el empleo de una u otra negación, a lo que resulta del sistema de los modos han de superponerse determinadas generalizaciones inherentes a la constitución de tipos determinados de subordinación. Sería como sigue.// Modo cero o no-modo.- La negación es οὐ (sin perjuicio de lo ya dicho de manera general) y no existe el juego de la partícula ἄν.// Modo pretérito.- Negación οὐ (con la matización general ya indicada). Dos fórmulas por lo que se refiere a ἄν; primera: para verbos (o expresiones con verbo copulativo) de significado “modal” (pretéritos significando deseo irrealizable, necesidad, conveniencia), no hay el juego de ἄν; segunda: para verbos con significado no “modal”, se emplea ἄν para dar significado contrafáctico.// Modo subjuntivo.- Opera como fórmula básica la coincidencia de negación μή con ausencia de ἄν en el valor voluntativo frente a ἄν y negación οὐ en el prospectivo-eventual. Pero en época clásica el segundo valor sólo es de uso cuando se ha incorporado a un tipo de subordinada, y en ese caso es con ἄν en la subordinada misma, lo cual ciertamente significa que el subjuntivo es del tipo prospectivo-eventual, pero la negación tiende a venir dada por el tipo de subordinada.// Modo optativo.- Hay el juego de ἄν, coincidente en principio con el de las dos posibilidades de negación: con la partícula la negación es οὐ y el valor es potencial, sin la partícula la negación es μή y el valor es desiderativo, pero, una vez más, la elección de negación está sometida al condicionamiento ya dicho. Fórmula, pues, paralela a la que hemos considerado básica para el subjuntivo, sólo que aquí (en el optativo) la fórmula básica es de uso de manera más amplia.¶ Obsérvese que ἄν es literalmente “la partícula modal”, pues, cualquiera que sea la manera en que hayamos de describir la substancia semántica de la dimensión “modo”, es evidente que la operación de la partícula consiste en todos los casos en proteger el significado específico de esa dimensión (evitando la reducción a un tipo de constatación). Por eso no hay el juego de la partícula en el caso del no-modo, y tampoco lo hay para el modo pretérito cuando el significado modal está ya protegido por el propio significado léxico del verbo. Por lo demás, en cambio, en el pretérito la partícula protege frente a la lectura como constatación en pasado, dando el significado de contrafacticidad, así como, en el subjuntivo, frente a lo que pudiera ser la constatación de un acto de voluntad, la partícula obliga a atenerse a la eventualidad-prospectividad del contenido, y, en el optativo, en vez de la constatación de un deseo, la partícula hace entender el contenido como posible.¶ La hipótesis de trabajo razonable (aunque no sea, ni mucho menos, lo que ocurre con fenómenos similares “en todas las lenguas”) es aquí el que los usos de modos y tiempos en las oraciones subordinadas hayan de entenderse a partir de lo que deba decirse acerca de los modos y tiempos mismos. Esto debe valer incluso para el optativo oblicuo, en el sentido de que debe poder entenderse que en el contexto que autoriza su uso siempre quepa percibir un matiz que lo legitima semánticamente; este tipo de exégesis explicaría tanto la ausencia de la partícula modal como la no obligatoriedad del optativo.¶ Algunos detalles que son relevantes en relación con lo que acabamos de decir. Si el verbo de una subordinada temporal en contexto que en principio autorizaría el optativo oblicuo va en efecto en optativo, el hecho de que esa construcción conlleve un matiz semántico especial (situación repetible en pasado, mientras que el modo pretérito significaría situación singular) no va en contra de constatar optativo oblicuo, pues el matiz puede ser mera consecuencia lógico-semántica de la marca expresa de subordinación temporal con respecto a una principal en pasado. Lo correspondiente a esto vale también para la construcción paralela de subordinación condicional.
[Escribiré de acuerdo con las siguientes (habituales) convenciones: un grafema entre [] significará una realización fonética, mientras que entre // significará un fonema; referidos al substantivo “fonema”, los adjetivos “vocal” y “no vocal” significarán alguna característica del fonema mismo, mientras que “sonante” y “consonante” son papeles silábicos determinados por la secuencia según reglas de silabación].¶ En griego antiguo (arcaico y clásico) hay, prescindiendo por el momento de la cantidad de los vocales, /u/ y /w/ como dos fonemas distintos, de los cuales el segundo sólo en determinadas hablas tiene realización fonética positiva; el primero es vocal y puede actuar como sonante o como consonante; el segundo es no vocal y sólo puede actuar como consonante. En cambio, en el sistema que la lingüística comparativa construye para el “indoeuropeo”, es esencial, para que se cumpla la función comparativa requerida, que sólo haya un fonema, /u/, el cual, dependiendo de la secuencia, quedará adscrito al papel de sonante o al de consonante (enseguida diremos algo sobre lo de vocal o no vocal).¶ Por otra parte, griego /u/ es un único fonema con independencia de que en una amplia zona geográfica y cronológica su realización fonética sea en centro de sílaba [y] y en otras posiciones [u].¶ Volviendo a las construcciones “indoeuropeas”: dado que todo lo que hay en este campo forma parte de la descripción de las lenguas en comparación y que ni hay ni cabe esperar ningún otro material vinculantemente dado que el de éstas, es “multiplicar los entes sin necesidad” el incluir, por ejemplo, en el mismo protosistema a la vez los laringales y el juego de los vocales con sus cantidades, pues, admitida cierta lista en la que todavía no hay vocales y en la que sí están los laringales y quizá también /i/ y /u/, basta con reconocer ciertas opciones morfológicamente condicionadas de ubicación de la marca silábica en unos u otros puntos de la secuencia para que pueda explicarse todo lo que por vías comparativas se puede pretender explicar.
En el capítulo 8 de mi Interpretaciones hay una alusión a “eso que Chomsky en 1965 llamó ‘universal substantivo’”, la cual hace aconsejable una aclaración, no de la pertinencia en aquel punto (que está bastante clara allí mismo), sino de mi interés por la indicada noción, el cual atribuye a la misma un carácter bien distinto del que suele reconocérsele. “Universal substantivo” aparece contrapuesto a “universal formal”. Que la distinción implica (lo reconozca Chomsky o no) la carencia de fundamento para postular (incluso desde la postura de Chomsky) universales substantivos responde a lo que a continuación digo. El que haya de haber en general universales lingüísticos de algún tipo se postula por el hecho de que sin ello ni siquiera tendrían sentido conceptos como “lengua”, “gramática”, etcétera; ahora bien, una vez admitido que son definibles dos tipos de universales, la indicada necesidad de que haya universales puede quedar satisfecha con que los haya de uno de ellos; esto no demuestra que no haya universales substantivos, pero sí que nunca podrá ser fundamentada la suposición de que los haya. Universales formales para el campo sobre el que se pretende formular una teoría son postulados por el hecho mismo de pretender formular una teoría de ese campo. Por otra parte, la apelación a universales, aunque sean substantivos, puede tener, dentro de una investigación lingüística determinada, un sentido enteramente distinto del que tiene en sí y por sí en cuanto declaración pseudo-metafísico-escolar y pseudo-metafísico-dogmática [Cf. mi La soledad y el círculo, capítulo 1].
Remito a mi Lengua y tiempo, página 51, (también, naturalmente, a aquellas nociones del citado libro que sean imprescindibles para entender lo que dice el párrafo aludido). El presente proyecto no comporta en absoluto la búsqueda de usos que pudieran resultar patológicos; los ejemplos se ponen por mor de la discusión, no porque haya nada que necesite ser documentado.¶ Se trata -recordémoslo- de nombres, en los que es o sería (cuestión de documentación) posible distinguir el estado absoluto y el estado constructo, de nombres, por lo tanto, incluidos, como es general en los nombres en hebreo, en la sintaxis de la rección nominal o de la mención compleja; y se trata de nombres cuyo papel característico en esa sintaxis es en principio el de regentes y (y aquí viene lo más peculiar de los nombres tratados ahora) que no aportan nada en materia quiditativa, siendo el quid aportado por el regido y sus referencias. El regido puede ser un fórico, y también puede suceder que la referencia a otra mención sea evidente sin necesidad de explicitarla mediante un fórico, caso en el cual se emplea el estado absoluto.¶ ¿Es aceptable que [Escribimos haciendo uso de la vocalización tiberiense, dando el segol como æ y el qames como å; lo cual, obviamente, implica escribir lo que hay con independencia de toda suposición sobre pronunciación] ʼayyeh sea el estado absoluto de ʼey y éste el estado constructo de aquél?; en todo caso, de no ser así, ʼey sería una forma aún más reducida, y su posición en lo que ahora estamos tratando sería la de un estado constructo. Se trata de que ʼey seguido de un deíctico da lugar al significado del interrogativo correspondiente: si zæh es “este”, ʼey-zæh es “cuál”; si mizzæh es “de este”, ʼey-mizzaeh es “de cuál”; por otra parte, ʼayyækkåh (con un sufijo -an- en medio) es “dónde (estás) tú”; y (en su caso con la forma, perfectamente entendible desde la sintaxis de la mención compleja, del estado absoluto) Gen. 38, 21, ʼayyeh haqqdešåh hw, “dónde [está] [o: qué se hizo de] la prostituta que …” (más exactamente: si ʼayyeh es un estado absoluto, sería “qué se hizo de ella, la prostituta …”, mientras que, si es a su vez constructo, sería “qué se hizo de la prostituta …”). La noción “no quiditativa” (cf. Lengua y tiempo, pasaje citado) sería aquí (en todos estos casos) la de echar-en-falta.¶ Tenemos, por otra parte, estado absoluto ʼáyin, estado constructo ʼeyn. Gen., 2, 5: wʼådåm ʼáyin (“y hombre[s] no había”); Gen. 37, 29: ʼeyn-yosep babbor (“no [estaba] José en el pozo”); Gen. 39, 23: ʼeyn śar beyt-hassohar roʼæh æt-cål-mʼumåh (“no [había, estaba] el jefe de la prisión mirando por cada cosa”, es decir: no hacía falta que el jefe de la prisión se ocupase de …, el jefe de la prisión no se ocupaba de …). La noción no quiditativa es el no-ser.¶ Otro caso: ‛od. Gen, 45, 3: ha‛od abiy håy (“¿permanencia de mi padre vivo?”, es decir: ¿vive todavía mi padre?). La noción no quiditativa es la de permanencia.¶ Finalmente, el caso, bastante conocido, de yeš, en el que la noción no quiditativa es la de ser.¶ En arameo, el nombre que tiene este tipo de usos es ʼiytay, incluido el que lo introducido -no, en este caso, regido, pues no es tipo de dependencia que se dé con respecto a un estado constructo- pueda ser una inserción con diy [diy es en arameo en primer término el “relativo” del que hablamos en Lengua y tiempo y en Distancias (capítulo 13); su condición de insertor lo hace adecuado para añadir una dependencia post festum a un grupo nominal ya cerrado, esto es, sin suponer estado constructo (recuérdese que en arameo hay tres estados en una sistemática en la que el constructo es el término cero, cf. Lengua y tiempo)], Daniel, 4, 32: “y no hay [no ocurre] que …”; Ezra, 5, 17: “es el caso que …”. El hecho de que entre ʼiytay y el hebreo yeš haya conexión etimológica no es decisivo (en realidad ni siquiera es importante para lo que aquí se está tratando).¶ Por otra parte, está la cuestión de la llamada “nota accusativi”, signo antepuesto que se generaliza para el “objeto directo” determinado y no sólo para el determinado; por supuesto, es erróneo no sólo lo de “nota accusativi”, sino también lo de “objeto directo”. El fenómeno se produce de manera mucho menos general en arameo que en hebreo, y, además, ocurre en aquél para diversas partículas sin que haya una confluencia clara. En hebreo, la generalización se produce, pero con claras evidencias de que la partícula en cuestión no es sino un “presentador” o enfatizador, el cual se emplea también, esporádicamente, pero de manera perfectamente inteligible, para enfatizables que desempeñan otras funciones.
Remito ahora al párrafo de mi Lengua y tiempo (página 60-61) en el que se ilustra mediante un conocido giro cómo el árabe clásico substituye la sintaxis de la mención compleja, en la que la categoría central es el estado, por otra, de base oracional, en la que la rección nominal se expresa mediante el caso genitivo del regido. Importa ahora ver cómo se resuelve en hebreo una situación como la allí descrita para el árabe, pues sin duda también en hebreo se puede decir con toda precisión eso de “la niña bella de rostro”. El faraón soñó (Gen., 41, 1 y siguientes) y he aquí que estaba junto al río, del que salían siete vacas “hermosas de aspecto y gordas de carnes” … y más adelante otras siete vacas “malas de aspecto y delgadas de carnes” … y ocurre luego que “las vacas malas de aspecto …”, pero, ¡atención!, ahora con determinación (artículo) tanto las “vacas” como el “aspecto”, y no, en cambio, “malas”, que es regente (constructo) de “de(l) aspecto”; “las” vacas, pues, malas “del” aspecto y delgadas de “las” carnes (el mismo esquema: con artículo “vacas” y “carnes”, constructo “delgadas”, regente de “de las carnes”) comieron a “las” vacas hermosas (constructo) “del” aspecto (regido por “hermosas”); etcétera (sigue, por cierto, “las gordas”, porque ahora ya no viene a continuación “de [las] carnes” y, por lo tanto, no hay razón para que “gordas” no lleve artículo). ¿Qué ha pasado aquí? No se rompe ninguna regla de la sintaxis de la mención compleja; lo que ocurre es que no hay concordancia gramatical entre “vacas” y “malas”, “delgadas”, “hermosas”, y no tiene por qué haberla, puesto que está claro en cada caso que los dos términos se refieren al mismo objeto. Digamos que en árabe ha primado la concordancia, la relación entre términos de la misma oración, relación digamos horizontal, mientras que en hebreo prima la conexión digamos vertical de cada mención con su mencionado. En todo caso, sí hay concordancia (o como se lo quiera llamar), en hebreo, entre "las vacas" y "malas-de(l)-aspecto" (puesto que a este término le corresponde la determinación de su regido) o, lo que es lo mismo, entre "las vacas" y "delgadas-de-(las)-carnes", pero entonces se repite la misma observación en el sentido (ahora) de que la concordancia (o como se lo llame) ocurre sólo sobre el supuesto de la relación de estado.
Una nota más sobre acento y ritmo en griego.- Sabemos, y hemos sabido en todo momento, que ciertas posiciones defendidas por W. S. Allen sobre acento en griego clásico y arcaico, posiciones que cuentan con un significativo número de seguidores, no son compatibles con lo que nosotros mismos decimos. Sabemos también que podemos sentirnos apoyados, por ejemplo, por Bruno Snell, quien incluso dice en la cuarta edición (1982) de su Griechische Metrik que las tesis de Allen “no resisten la crítica”, declaración quizá innecesaria, pues se desprende del contenido.¶ Creemos tener una idea de en qué sentido (o en cuál mayormente) diversas posiciones no resisten la crítica. Se trata de: (a) empleo argumentativo de conexiones obvias (intuitivamente obvias) en el campo de las posibles “naturalezas” del acento y en el de los fenómenos relacionados con la música, conexiones que, para nosotros, pueden, pese a su intuitividad, no tener validez (o ser de interpretación nada fácil) fuera de determinado campo, digamos: fuera de la Edad Moderna o antes del Helenismo, etcétera, y: (b) el descuidar el hecho de que, descartadas esas conexiones, no aceptada como argumento la obviedad intuitiva de las mismas, puede obtenerse, con sujeción a datos no meramente obvios y no necesariamente intuitivos, un cuadro filológicamente más satisfactorio.¶ La posición del acento de palabra por una parte y, por la otra, la secuencia de largas y breves en fonemas vocálicos y en sílabas son magnitudes en principio independientes entre sí en el sentido de que sólo hay cierta limitación, pero no determinación, de la posición del acento de palabra en razón de la cantidad de una sílaba o de una vocal (en principio la última) de cada palabra. Son magnitudes independientes entre sí y, por lo tanto, se “cruzan” [Cf. mis Lengua y tiempo, Lingüística fenomenológica, etcétera].¶ Antes se había hablado del “cruce” de otros pares de magnitudes; allí se trataba del significado; ahora va del significante. Recuérdese que el cruce era (y allí se razonó por qué) condición para cierto tipo de relevancia del contenido de una magnitud [Además de lo ya dicho, quizá deban consultarse también mis El saber de la comedia, Válidas ruinas (capítulo 2), etcétera]. Ahora se trata de otro cruce, que afecta a dos dimensiones del significante; el argumento de que tienen que ser dimensiones independientes vale igual. Por otra parte, allí las dos dimensiones significan tiempo, sólo que en sentidos diversos, digamos tiempo-1 y tiempo-2 (en todo caso, no “ubicación en el” tiempo, como se recordará); también ahora, sólo que ahora se trata del tiempo de la secuencia hablada, del significante, no del significado.¶ Asimismo, también se detectan las marcas de aquello que hará saltar el delicado sistema. Decíamos, hablando del “cruce” entre tiempo-1 y tiempo-2 (o entre tiempo y modo, como les llamábamos -por concesión- otras veces, pero recuérdese que ni siquiera materialmente coincidían con las dimensiones así llamadas por tradición), que no está claro que la arquitectura de cruce se mantuviese si cualquier análisis de una situación posterior procediese sentando él mismo sus propias categorías. Lo mismo sucede ahora. En latín clásico, el carácter fonémico de la cantidad se mantiene en los términos de breve/larga y es la base del ritmo poético, pero éste tiene ya repercusiones en el terreno del acento de palabra, porque hay (ahora sí) una regla que de la secuencia de las cantidades obtiene la posición de los acentos; es incluso una regla que hace más probable que el acento caiga sobre uno de los dos tipos de sílaba por la cantidad; y esto es lo que queremos decir cuando decimos (hemos explicado varias veces por qué) que el acento del latín es, aunque “moderadamente”, sin embargo “dinámico”. Cuando ya no queden (con carácter fonémico) las cantidades, el acento habrá pasado a ser simplemente dinámico. En cambio, no es dinámico en absoluto en griego (clásico y arcaico). Tampoco de la “música” griega forma parte elemento alguno “dinámico”. Nada permite suponer, por ejemplo, que alguna sílaba de cada metro tuviese más “fuerza”.¶ Si admitimos que el ritmo es o implica la repetición periódica de un tiempo marcado (digo: si admitimos, dejo en pie si lo admito o no), entonces la compatibilidad o no con lo dicho depende de cuál se admita que pueda ser el carácter de la “marca”. Por ejemplo: en un hexámetro dactílico, cada metro contiene una sílaba inicial larga y luego un trecho equivalente (dos moras) que puede estar ocupado por una larga o por dos breves; aquí la marca reside en que el tiempo marcado tenga que ser una única sílaba larga, y no consiste en ninguna otra cosa que en esto.
Meditación en torno a un viejo libro de gramática.- Kühner-Blass-Gerth, Ausführliche Grammatik der griechischen Sprache (1834/1869/1890/1897/1904), es un gran libro, uno de esos que hay que seguir reeditando siempre por muy atrasados que hayan quedado, incluso cuando ya no es ni remotamente posible ponerlos al día.¶ Kühner había defendido (y así apareció en las primeras ediciones del libro) que el optativo no es un modo independiente, por lo tanto que tampoco lo es el subjuntivo, y que lo así llamado (”subjuntivo” y “optativo”) son en verdad los tiempos correspondientes a los principales (el “subjuntivo”) y a los históricos (el “optativo”) por parte de un único modo, que él considera el “de la representación” (Modus der Vorstellung). Esto fue abandonado por los otros dos autores, si bien, con intención por parte de ellos, dejó un rastro expresamente delimitado en la redacción posterior de la obra. Kühner atribuía la en su opinión falsa teorización de los gramáticos helenísticos al hecho de que el modo en cuestión abarcase dos formas de aoristo (los -para nosotros- aoristos subjuntivo y optativo), lo cual explica Kühner a partir de su propia (y nada ingenua) interpretación de los significados de unas y otras categorías: el aoristo (en oposición al presente y el perfecto) significa (tanto en indicativo como en el Modus der Vorstellung) “la acción en y por sí misma sin consideración de su carácter”, de modo que el aoristo del Modus der Vorstellung entraría en oposición tanto con los tiempos primarios (presente y perfecto) del indicativo como con los tiempos secundarios o “históricos” (imperfecto y pluscuamperfecto) del mismo, lo cual daría lugar a una doble formación. Al reproducir esto, Blass pone a pie de página que no está “sin más en condiciones” de adherirse a la tesis de Kühner. Por su parte, Gerth, tras presentar brevemente la tesis, dice que la misma “tuvo que ser abandonada” y que ella (la tesis que tuvo que ser abandonada) se basa en dos cosas: una, “el parentesco formal del optativo con los tiempos históricos, en particular en las desinencias personales”, y, otra, “el hecho de que el optativo en las oraciones subordinadas aparece especialmente como acompañante de los tiempos históricos”. Y añade: “Pero precisamente este uso [en especial el citado en segundo lugar], sin duda alguna, no es original, sino que se desarrolló poco a poco una vez ya en suelo griego”. Admitimos que la posición de Kühner haya tenido que ser abandonada, pero nos parece útil, en relación con lo último que hemos citado de Gerth, una observación: eso no es argumento en contra; más bien, sería argumento a favor (no decisivo, ciertamente), y lo sería por tres razones, de importancia creciente en el orden en el que las formulamos; primera, que se está admitiendo una conexión entre el optativo y las oraciones subordinadas en relación con tiempos históricos; segunda, que se está admitiendo esa conexión precisamente como cosa interna y propia del griego; tercera, que se está admitiendo que esa conexión, interna al griego, tiene fuerza suficiente para motivar fenómenos lingüísticos de cierta importancia. Volveremos aún sobre esto.¶ La nota de Gerth sobre eso que “creció en suelo griego” nos remite ya (ciertamente poco y de manera negativa, pero nos remite) a la gramática comparativa en el sentido fuerte, esto es, en el sentido de Brugmann, en el que el árbol genealógico significa que algo “indoeuropeo” “dio” (o “evolucionó a”) a, e, o en griego, a en antiguo indio, etcétera, etcétera (todo el mundo sabe de qué estoy hablando). Significa, en efecto, (la nota de Gerth) que eso de lo que se está tratando (eso que “creció en suelo griego”) no está afectado por “parentesco genético” alguno, y entiende éste en el sentido del sistema de las correspondencias, de modo que no cabe (y al menos esto está muy bien) especular sobre parentesco genético, sino sólo buscar el sistema de correspondencias, y, cuando se lo encuentre, entonces y sólo entonces, por definición habrá parentesco genético.¶ Ciertamente, el libro de Kühner-Blass-Gerth aún no pertenece al ámbito de la gramática comparativa, aunque sí podamos, hasta cierto punto, encontrar en él ejemplos como el antes puesto del griego y el sánscrito, que está porque es un ejemplo muy simple y que, aun así, está con vacilaciones en el modo de formularlo. Pero hablemos ahora de la gramática comparativa misma. La lingüística comparativa, en el sentido fuerte que hemos mencionado, se encuentra en una situación peculiar en relación con su objeto. Por una parte, ella misma por mor de sí misma no requiere relato alguno “intuitivamente” verosímil; le basta con el sistema de correspondencias y el ejercicio del mismo en la interpretación de formas. He dicho “por una parte” y, a decir verdad, me falta la otra; sería el que, además, casi siempre se cuenta de paso alguna historia, lo cual no tiene mucho fundamento, pero es lo que se hace y da lugar a muchas discusiones. Quizá no lo citásemos si no fuera porque afecta a lo que queremos decir cuando decimos que algo en ese terreno es contrario al rasero de Occam. Non sunt multiplicanda entia sine necessitate, y esto se aclara en sine necessitate, puta nisi per experientiam possit convinci. Vale, ¿y qué se entiende por necessitas y por experientia? Estamos en lingüística; por lo tanto, sólo los datos lingüísticos constituyen experiencia y constituyen necesidad. La razón de esto es que, si admitimos (conscientemente o no) un contingente mayor o menor de presuntas evidencias empíricas, entonces lo mismo podemos admitir más que menos, sobre todo cuando se trata de una cuestión en la que, por definición, no hay nada que no sean los datos de las lenguas en comparación. Ahora podemos decir ya lo que (según expreso anuncio) nos falta por decir sobre las correcciones de Blass y Gerth a la posición de Kühner antes citada: es verdad que la posición “tuvo que ser abandonada”, pero en ningún modo podría admitirse que los motivos para ello fuesen ni “la historia de las lenguas” ni la comparación ni el comparativismo estricto.¶ De hecho, el libro con cuya mención hemos iniciado este bloque “compara”; pero su comparar no es el de la gramática comparativa; no responde al concepto formal del parentesco genético; tiene una cierta noción de cuáles son los límites de ese parentesco, pero es una noción -digamos- libremente asumida en cada caso. No es verdad que sea una gramática “meramente descriptiva”; lo que ocurre es que es lo bastante vieja para no estar dentro de los cánones y, a la vez, lo bastante nueva para ser muy interesante incluso en un sentido gramatical. Lo que se dice de ella (y que es cierto) de que “descriptivamente (o como gramática descriptiva) no ha sido superada” es un elogio tacaño; hace pensar en una manera de hablar que llama “(meramente) descriptivo” a todo lo que no es comparativo en el sentido “fuerte” antes dicho, como si esa comparación fuese la única manera de escapar al descriptivismo o si ella misma no fuese también un modo de describir (y precisamente de describir las propias lenguas en comparación).¶ Por otra parte, incluso a través de esos modos que he llamado “libres”, la gramática comparativa (comparativa en sentido estricto) se hace sentir en la revisión de Gerth, es verdad que en puntos relativamente fáciles y en los cuales lo que se hace sentir es una versión que hoy en día resulta algo ingenua. Por ejemplo: la doctrina de los casos. Lo de, por una parte, el genitivo y el ablativo, por otra el dativo, el instrumental y el locativo, es un útil híbrido resultante de un comparativismo primitivo. La gramática comparativa ya no dice eso, mientras que una gramática consecuentemente pre-comparativa o post-comparativa debería buscar tratamientos no dependientes de ello, de entrada considerando cada caso como uno (así, por cierto, lo hizo Kühner, de manera variable, en las primeras ediciones).¶ Acabamos de decir “de entrada considerando cada caso como uno”, y esto nos remite a otro círculo de cuestiones. Citaremos ahora otro texto, de sintaxis, éste reciente (y también -en general- bueno): A. Rijksbaron, The Syntax and Semantics of the Verb in Classical Greek. El texto se abre con la definición a bocajarro de los significados de los temas, según la cual “the present stem signifies that a state of affairs is being carried out and is, therefore, not-completed (imperfective value)”, “the aorist stem signifies that a state of affairs is completed (confective value)”, “the perfect stem signifies both that a state of affairs is completed and that as a result a state exists (stative-confective value)”, etcétera. Veamos. Por supuesto, los términos que empleamos en ese tipo de definiciones, y las definiciones mismas, son nuestros; no son ni del hablante (que a menudo ni siquiera podría entenderlos, lo cual no necesariamente significa que no se exprese en ellos su sentido lingüístico) ni, en manera alguna (pero con la misma matización entre paréntesis), del espacio al cual se refiere la investigación; por eso hemos dicho lo de “de entrada considerando cada caso como uno”; y por eso precisamente no se ve qué sentido pudiera tener el empezar por una definición en la que el perfecto incluye intensionalmente el aoristo y éste extensionalmente aquél, definición que, de ser válida, tendría que dar lugar a efectos que no se observan. Esto es sólo uno de los puntos a objetar. Otro es que ninguno de los temas “signifies … that a state of affairs is …”; sólo significan que el estado de cosas en ese momento de la expresión aparece como …; lo cual afecta al contenido mismo de las definiciones, pues obliga (y es lo que nosotros hacemos) en el caso del presente a acentuar más el sentido de proceso o duración o curso, no el “imperfectivo” (que, por supuesto, puede darse), en el del aoristo a centrarse en el de “hecho” (para el que ciertamente no importa mantener el término “confectivo”, debidamente explicado), en el del perfecto a ceñirse en general al de “estado”.¶ Volvamos sobre los casos. Ciertamente, no vale explicar el genitivo griego como la suma (o el “sincretismo”) de dos casos, ni el dativo como la (o el) de tres, porque ello ni es ni deja de ser gramática comparativa, o, si se prefiere decirlo así, lo es en una versión ya no defendible (lo que no impide que siga siendo útil). Ensayemos un posible comienzo de tratamiento interno al griego. El vocativo no es en absoluto un caso. El nominativo es el caso cero, puesto que no es término de nada, donde la palabra “término” sólo significa el punto o esfera al cual es la referencia requerida por otro elemento de la misma sentence; este otro elemento puede ser verbo, nombre o preposición; representemos el “otro elemento” por una flecha, y el “término” por un punto o una esfera; ¿por qué lo decimos con “o” (punto “o” esfera)?; porque lo que sigue puede reclamar o no la posición de un “fuera” y un “dentro”; en el caso de que no, puede considerase toda la esfera como un punto; concretamente, el término es acusativo si no se requiere tal posición, es decir: si la referencia lo es a la totalidad del punto o de la esfera, con lo cual es indiferente que se lo represente por un punto o por una esfera. En cambio, el término es genitivo si la flecha remite a algún punto situado en el interior del término, lo cual requiere la representación de una esfera y una flecha que o bien penetra en ella o bien está dentro de ella. Por otra parte, también el término en dativo debe ser representado por una esfera, pues en este caso la flecha toca a la esfera sin entrar en ella y lo hace excéntricamente (es decir: no en dirección a su centro). Insistamos en que este modelo es válido únicamente para el griego antiguo, es independiente de la procedencia comparativa (sincrética o no) de cada uno de los casos y es también independiente de si estamos hablando de usos adverbales, adnominales o adpreposicionales. No debería hacer falta decir (pero no estará de más) que el hecho de emplear un modelo de alguna manera espacial no significa en modo alguno que se atribuya alguna prioridad a ese tipo de relaciones; es sólo que un modelo así puede ser empleado para representar relaciones abstractas.¶ Volvemos al libro de Kühner-Gerth; elegimos ahora hablar de las oraciones subordinadas condicionales o, si se prefiere decirlo así, de los períodos hipotéticos. Hay una primera forma de prótasis, que Kühner-Gerth llama “lógica”: Der Redende nimmt die Voraussetzung mit Bestimmtheit als etwas Wirkliches an, um eine Schlussfolgerung daran zu knüpfen, enthält sich aber jedes subjektiven Urteils über ihr thatsächliches Verhältnis zur Wirklichkeit (“el hablante toma la suposición con certeza como algo real, efectivo, a fin de conectar con ello una conclusión, pero se abstiene de todo juicio subjetivo sobre la efectiva relación de la suposición con la efectiva realidad”). Se nos dice que entonces la prótasis va en indicativo en cualquiera de las formas temporales del mismo, lo cual nosotros traducimos a los términos que en otras partes hemos introducido, diciendo que la prótasis “lógica” va en el no-modo o en el modo pretérito. En el no-modo no hay otra prótasis que la “lógica”, mientras que el modo pretérito da también la prótasis que Kühner-Gerth llama “irreal”, cuando la apódosis es del tipo “realidad negada” (verneinte Wirklichkeit), apódosis que se expresa mediante el modo pretérito (en los términos de Kühner-Gerth el Indikativ der historischen Zeitformen) con ἄν; se podría, pues, ampliar el concepto de la prótasis “lógica” incluyendo en ella la llamada “irreal”, cuya peculiaridad sería atribuida entonces a conexiones lógico-semánticas (extralingüísticas), una vez establecido [Cf. mi libro Válidas ruinas, subcapítulo 3.4] que ἄν protege el significado modal (en este caso inmediatamente el de la apódosis, pero con repercusión de carácter lógico-semántico sobre la prótasis). Sigamos con las formas de la prótasis; tercera: Der Redende stellt die Voraussetzung als eine solche hin, deren Verwirklichung je nach der Lage der Umstände zu erwarten steht (la suposición es presentada como una cuya efectiva realización, en cada caso, cabe esperar según las circunstancias del caso); Kühner-Gerth habla entonces de “forma temporal” (temporale Form), ἐάν más subjuntivo. No se olvide que estamos hablando de las formas de la prótasis; lo que añadimos sobre apódosis responde a la búsqueda de ahorrar espacio y aumentar la claridad; es verdad que las formas de la prótasis de las que hablamos son las formas de ser prótasis de la prótasis, es decir, aquellas características de una oración que hacen de ella prótasis de un período hipotético; lo que no vale (o al menos debe evitarse en toda la medida de lo posible) es ir al encuentro de los textos con un modelo y encontrar en los textos la cobertura para cada casilla del modelo. En todo caso, la forma “temporal” tiene tendencia, por su misma referencia lógico-semántica, a llevar futuro en la apódosis, y para ubicar el futuro en nuestro sistema de tiempos y modos hemos admitido ya en su momento varias fórmulas. Queda la prótasis llamada “potencial” (potentiale Form): der Redende stellt die Voraussetzung als eine blosse Vorstellung, als eine willkürliche Annahme hin, die ebenso wirklich wie nichtwirklich sein könne (pone la suposición como una mera representación, como una asunción arbitraria, que tanto puede ser efectivamente real como no serlo): optativo, siendo la apódosis optativo con ἄν. Hay otras formas de apódosis, aparte de las dichas, pero sobre todo hay un caso en el que es la prótasis en optativo la que es determinada desde la apódosis; es el caso en el que ésta, la apódosis, tiene el modo pretérito (en Kühner-Gerth el Indikativ der historischen Zeitformen) con o sin ἄν, donde ἄν, como siempre [Ibid. El significado modal es lo que generalmente aparece en el subjuntivo como prospectivo-eventual (Modus der Erwartung) y en el optativo como potencial (Modus der Vorstellung). Los valores de, respectivamente, voluntativo y desiderativo son aplicaciones determinadas siempre por un contenido léxico], protege el contenido modal, es decir, protege eine nur eventuell, unter gewissen Umständen wiederholte Handlung der Vergangenheit (una acción sólo eventual, bajo ciertas circunstancias repetida, del pasado). Por nuestra parte hemos añadido [Ibid.] que en este tipo de construcción, así como en alguna en el ámbito de los períodos temporales, el optativo de la prótasis tiene todas las características por las que suele definirse el “optativo oblicuo”.¶ No seguiremos, porque nos basta para las observaciones que aquí queremos hacer. Empecemos por constatar que Kühner-Gerth conduce (y, por supuesto, lo importante no es a qué conduce, sino cómo y por qué conduce) a cierto modelo. Éste es notablemente coincidente con lo que encontramos en algunas de nuestras más venerables (en el mejor sentido de la palabra) gramáticas escolares elementales, por ejemplo el Repetitorium der griechischen Syntax de Hermann Menge, cuya primera edición es de 1878, que quedó olvidado tras la séptima edición, 1914, y fue recuperado en 1954, de nuevo en 1961 y en 1978. En él se establecen unos tipos de condicional, que son: “real” (Ausdruck der Bestimmtheit), potencial, irreal, “eventual” y un quinto que junta en un mismo apartado los dos que, desde lugares de Kühner-Gerth y nuestros, y ciertamente por razones diferentes lo uno de lo otro, resultan tener (o propender a) valor “iterativo”. A la vez, el modelo se mantiene también, debidamente derivado de consideraciones más generales, en importantes gramáticas científicas: detalle más, detalle menos, Schwyzer-Debrunner apunta a lo mismo, también Rijksbaron y también Adrados. No así, en cambio, otros libros nada desdeñables y que tienen por nota común el partir de una división, subdivisión y sub-subdivisión de posibles significados de períodos condicionales y ver cómo se expresan en griego esas posibilidades; por supuesto, existe una cierta recíproca adaptación entre un lado y el otro, sin la cual no sería pensable una coincidencia, y estamos hablando de libros serios y valiosos (Smyth, Goodwin, Thompson), pero, aun así, por virtud del procedimiento antifenomenológico adoptado, la división y subdivisión y sub-subdivisión va a parar en criterios clasificatorios tales como “más vívido”, “menos vívido”, “emocional”, etcétera.